27 sept 2012

RETROSPECTIVA


Ha transcurrido casi año y medio en tierras extranjeras y Juan siente que ha tocado fondo, parece ser que la noche será larga como las anteriores, pensó. Sentado frente a su computador Juan, se dice así mismo en voz baja- ¡estoy consumido frente a un sentimiento absurdo!, ese mismo que el denigraba y teorizaba años atrás, entendiendo, por ejemplo, que el amor a primera vista no era posible, que ese sentimiento llamado amor solo era producto de la misma costumbre que solo puede ser construido con el tiempo así como la mayoría de las sin razones de la humanidad, como la misma moral. Ese mismo sin sabor lo detenía en instantes a extraerse, y repensar nuevamente en aquella lógica que carecía de total sentido y que antes pregonaba con toda seguridad, esa misma contrariedad le recordaba una canción que desencadenaba más su aflicción “la consciencia me dice lalalala y el corazón me dice lalalala”, de inmediato borraba ese pensamiento para concentrarse en otra cosa que le generara tranquilidad.
Así pasaban los minutos y cansado de luchar con esa sensación decide en ese momento hacer algo que jamás había pasado por su cabeza sentarse a escribir lo que sentía. Juan había rasguñado la escritura pero siempre sobre textos técnicos y uno que otro ensayo político, pero ¿escribir lo que siento? se dijo- ¡esto ya es una estupidez!. Sin embargo, sabía que no tenía otra elección, se inclino hacia su computadora y coloco las manos sobre el teclado, respiro profundamente y se dejo llevar por el instinto, lentamente teclea su primera frase: pareciera que ya no tiene sentido. Juan se detiene y mira esa primera expresión y piensa - ¿como algo absurdo puede derrumbarlo todo?- y continúa escribiendo: las horas y los días pasan, caminando, viniendo, los ciclos se vuelven muy cortos, se siente el día a día, vienen y van, inercia mecanicista nada de creatividad e interés, no pueden fluir.  En este punto lee completamente lo que había escrito, una y otra vez, y con aquel descontento decide borrarlo y comienza de nuevo:  El reloj marca más tajante el tiempo, convertido en un enemigo que va atizando cada vez más la tortura, no se detiene pero tampoco anda, se siente el segundo en cada respiro. Nuevamente lee todo, una y otra vez, y dice - esto es increíble- borra todo de nuevo para hacerlo una vez más y escribe: Se puede escapar de la dictadura del tiempo pero siempre vuelve implacable. En el limbo una línea entre en la consciencia y la inconsciencia, entre el cool y el bob, en la cuerda floja de la vida. En un destello de rabia borra todo aquello y habla en voz alta - ¡es increíble que en ninguna de estas frases haya podido mencionarla a ella!- para tranquilizarse Juan se recuesta en su silla y se lleva las manos a la cabeza, y luego piensa- mejor lo hare en otra oportunidad- toma el mismo archivo de su computadora y lo guarda en blanco con el nombre “todo es posible”.
En un intento de remediar su frustración en esa madrugada por el afán de tratar de escribir poesía Juan prefiere volver a leer una vez mas aquel viejo ensayo político que algún tiempo atrás escribió y del cual sentía orgullo por lograr congeniar su tecnicismo con su sensibilidad política, aquel llamado “hay que romper el equilibrio”. Busca rápidamente en su computadora y ubica ese ensayo, y comienza a leer en voz alta el primer párrafo: La derecha ve imposible la desaparición de la pobreza ya que la considera algo necesario que mantiene el equilibrio artificial entre los explotadores y los explotados. Tal equilibrio es la base fundamental del capitalismo, generar pobreza para generar riqueza, y generar riqueza para generar pobreza. No había terminado de leer el primer párrafo y Juan piensa, como estas ideas habían cedido terreno en su cabeza en los últimos meses y que lamentablemente no eran signos de vejez, cansancio o des-convencimiento sino que había dejado de lado su vehemencia y pasión por el debate político para entrar inconscientemente en un terreno de diplomática neutralidad. A pesar, de que el concepto de neutralidad en sus adentros no podía existir simplemente porque era un convencido de que la política se movía solo por intereses inescrutablemente subjetivos e hipócritas.
Para Juan en política se interpreta como nocivo todo aquello que afecta los intereses de un grupo o sistema y bueno lo que mantiene y perduran las bases, así acudía a un argumento pre elaborado que decía, “nadie a ciencia cierta tiene razones valederas, para discriminar entre lo bueno y lo malo, solo tiene intereses, ¿intereses? ¡sí! ese mismo sentimiento egoísta que solo incita a buscar el provecho”, de esa forma siempre apelaba a defender su hipocresía. No obstante, todo ese entramado de ideas había sido dejado de lado por aquella pregunta surgida de una bendita canción que remarcaba de vez en cuando en su mente ¿qué saben Fidel y Clinton del amor?.
Al terminar de leer esa última oración de su ensayo: “socializar el capitalismo no es lo mismo que sustituirlo por el socialismo”, intempestivamente comienza a sonar esa misma música que le venía dando vueltas en la cabeza hacia varios días y que no paraba de escuchar, como una costumbre viciosa que realizaba quizás para alimentar su espíritu o para destruirlo, esa canción que le mostraba posiblemente una premonición del inicio de una decepción o el final de una ilusión.
La música en Juan lo era todo, funcionaba al ritmo de ella, lo acompañaba a todos lados y la escuchaba según sus variaciones, quizás para refugiarse y ocultarse en ella.
 Al inicio un sonido de una guitarra con una pulsación incesante, como haciendo un llamado ¿a quién sabe dónde?, y de inmediato la primera estrofa “ojala que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan para que no las puedas convertir en cristal” era inevitable para Juan quedar absorto y con la mirada perdida al escuchar eso, y de repente otra estrofa “ojala que la tierra no te bese los pasos”,  le recordaban irremediablemente la dureza, insensibilidad y soberbia de ella pero Juan prefería no pensar y abundar en adjetivos de ese evidente culto a su persona.
Y ahí la parte que generaba más desazón, insospechadamente por un deseo indeseado o de un indeseado deseo, en su delirio por alejarse lo más pronto posible: “ojala que pase algo que te borre de pronto”. Al dar Juan un paso a un nuevo intento así como el necio: acaso “para buscar un rinconcito en sus altares, y seguir jugando a algo perdido”  el “ojala” comenzó a surgir en él, como una voz silenciosa que necesitaba gritar, dejando atrás  a “sin tu cariño”, para “pasar a llorar por verla morir”.
Después de esa música asfixiante Juan entra en una catarsis final a la que había escapado toda la noche, pero a la que debía llegar, y se pregunta así mismo ¿dónde estará el origen del mal?, ¡si esto es una enfermedad debe tener una cura!, era su último intento por no desfallecer y comienza hablar con su yo en la búsqueda de una respuesta que posiblemente nunca hallaría.
¿Será ese primer encuentro inesperado? que me lleno de ansiedad, como a un adolecente en su primera cita, ese encuentro sin ninguna intensión real, que solo fueron dejadas al pensamiento y difuminadas por la paciencia pero expresadas con sinceridad. Ese mismo encuentro lleno de confusión que no necesitaba ser una reivindicación porque nunca existió una mala interpretación, así se haya exteriorizado cobardemente lo contrario. Encuentro que siempre fue un grave error.
 ¿Serán aquellas conversaciones sin rostro? conversaciones que alimentaron una llama que nunca se debió encender, conversaciones matizadas con caritas y risas congeladas, conversaciones superficiales, limitadas por el espacio y el tiempo que nunca tuvieron sentido, ya que creo que hablaba con un alter ego que no pertenecía a este mundo y si pertenecía nunca intersecto con la realidad, con mi realidad. Una cosa era hablar con las letras y otra muy diferente con la de carne y hueso, y más lamentable aun es que este mismo insomnio que sufro ahora fue el mismo que me hizo hablar con las letras, por primera vez.
¿Será el tiempo? que me sometió a tanto mirar, oler y escuchar pero nunca actuar.
¿Será la vida? que ha querido darme tres males y no contento con ello a agregado uno más.  
O simplemente fue ella, esa mujer innombrable que ha querido “perder mi forma de amar”.  
Por fin el cuerpo de Juan pudo dar paso a su sueño, cansado de tanto pensar se acuesta y comienza a reflejar en su mente esa imagen tranquilizadora que pensaba de vez en cuando y que la repetía una y otra vez para entrar más rápidamente en esa anestesia de la vida que es dormir; y era aquella donde veía un cielo en llamas interrumpido por meteoritos entrando a la tierra y en la cual pensaba: “si Dios en su ineptitud sigue jugando al escondido, por lo menos que venga la naturaleza y le dé una escarmiento a la humanidad”.