Ha
transcurrido casi año y medio en tierras extranjeras y Juan siente que ha
tocado fondo, parece ser que la noche será larga como las anteriores, pensó.
Sentado frente a su computador Juan, se dice así mismo en voz baja- ¡estoy consumido
frente a un sentimiento absurdo!, ese mismo que el denigraba y teorizaba años atrás,
entendiendo, por ejemplo, que el amor a primera vista no era posible, que ese
sentimiento llamado amor solo era producto de la misma costumbre que solo puede
ser construido con el tiempo así como la mayoría de las sin razones de la
humanidad, como la misma moral. Ese mismo sin sabor lo detenía en instantes a
extraerse, y repensar nuevamente en aquella lógica que carecía de total sentido
y que antes pregonaba con toda seguridad, esa misma contrariedad le recordaba
una canción que desencadenaba más su aflicción “la consciencia me dice lalalala
y el corazón me dice lalalala”, de inmediato borraba ese pensamiento para
concentrarse en otra cosa que le generara tranquilidad.
Así
pasaban los minutos y cansado de luchar con esa sensación decide en ese momento
hacer algo que jamás había pasado por su cabeza sentarse a escribir lo que
sentía. Juan había rasguñado la escritura pero siempre sobre textos técnicos y
uno que otro ensayo político, pero ¿escribir lo que siento? se dijo- ¡esto ya
es una estupidez!. Sin embargo, sabía que no tenía otra elección, se inclino
hacia su computadora y coloco las manos sobre el teclado, respiro profundamente
y se dejo llevar por el instinto, lentamente teclea su primera frase: pareciera que ya no tiene sentido. Juan
se detiene y mira esa primera expresión y piensa - ¿como algo absurdo puede
derrumbarlo todo?- y continúa escribiendo: las
horas y los días pasan, caminando, viniendo, los ciclos se vuelven muy cortos,
se siente el día a día, vienen y van, inercia mecanicista nada de creatividad e
interés, no pueden fluir. En este
punto lee completamente lo que había escrito, una y otra vez, y con aquel descontento
decide borrarlo y comienza de nuevo: El reloj marca más tajante el tiempo,
convertido en un enemigo que va atizando cada vez más la tortura, no se detiene
pero tampoco anda, se siente el segundo en cada respiro.
Nuevamente lee todo, una y otra vez, y dice - esto es increíble- borra todo de
nuevo para hacerlo una vez más y escribe: Se
puede escapar de la dictadura del tiempo pero siempre vuelve implacable. En el
limbo una línea entre en la consciencia y la inconsciencia, entre el cool y el
bob, en la cuerda floja de la vida. En un destello de rabia borra todo
aquello y habla en voz alta - ¡es increíble que en ninguna de estas frases haya
podido mencionarla a ella!- para tranquilizarse Juan se recuesta en su silla y
se lleva las manos a la cabeza, y luego piensa- mejor lo hare en otra
oportunidad- toma el mismo archivo de su computadora y lo guarda en blanco con
el nombre “todo es posible”.
En
un intento de remediar su frustración en esa madrugada por el afán de tratar de
escribir poesía Juan prefiere volver a leer una vez mas aquel viejo ensayo
político que algún tiempo atrás escribió y del cual sentía orgullo por lograr
congeniar su tecnicismo con su sensibilidad política, aquel llamado “hay que
romper el equilibrio”. Busca rápidamente en su computadora y ubica ese ensayo,
y comienza a leer en voz alta el primer párrafo: La derecha ve imposible la desaparición de la pobreza ya que la considera
algo necesario que mantiene el equilibrio artificial entre los explotadores y
los explotados. Tal equilibrio es la base fundamental del capitalismo, generar
pobreza para generar riqueza, y generar riqueza para generar pobreza. No había terminado de leer el
primer párrafo y Juan piensa, como estas ideas habían cedido terreno en su
cabeza en los últimos meses y que lamentablemente no eran signos de vejez,
cansancio o des-convencimiento sino que había dejado de lado su vehemencia y
pasión por el debate político para entrar inconscientemente en un terreno de
diplomática neutralidad. A pesar, de que el concepto de neutralidad en sus
adentros no podía existir simplemente porque era un convencido de que la
política se movía solo por intereses inescrutablemente subjetivos e hipócritas.
Para
Juan en política se interpreta como nocivo todo aquello que afecta los
intereses de un grupo o sistema y bueno lo que mantiene y perduran las bases, así
acudía a un argumento pre elaborado que decía, “nadie a ciencia cierta tiene razones
valederas, para discriminar entre lo bueno y lo malo, solo tiene intereses,
¿intereses? ¡sí! ese mismo sentimiento egoísta que solo incita a buscar el
provecho”, de esa forma siempre apelaba a defender su hipocresía. No obstante,
todo ese entramado de ideas había sido dejado de lado por aquella pregunta surgida
de una bendita canción que remarcaba de vez en cuando en su mente ¿qué saben
Fidel y Clinton del amor?.
Al
terminar de leer esa última oración de su ensayo: “socializar el capitalismo no
es lo mismo que sustituirlo por el socialismo”, intempestivamente comienza a
sonar esa misma música que le venía dando vueltas en la cabeza hacia varios
días y que no paraba de escuchar, como una costumbre viciosa que realizaba
quizás para alimentar su espíritu o para destruirlo, esa canción que le
mostraba posiblemente una premonición del inicio de una decepción o el final de
una ilusión.
La
música en Juan lo era todo, funcionaba al ritmo de ella, lo acompañaba a todos
lados y la escuchaba según sus variaciones, quizás para refugiarse y ocultarse en
ella.
Al inicio un sonido de una guitarra con una
pulsación incesante, como haciendo un llamado ¿a quién sabe dónde?, y de
inmediato la primera estrofa “ojala que las hojas no te toquen el cuerpo cuando
caigan para que no las puedas convertir en cristal” era inevitable para Juan
quedar absorto y con la mirada perdida al escuchar eso, y de repente otra
estrofa “ojala que la tierra no te bese los pasos”, le recordaban irremediablemente la dureza,
insensibilidad y soberbia de ella pero Juan prefería no pensar y abundar en
adjetivos de ese evidente culto a su persona.
Y
ahí la parte que generaba más desazón, insospechadamente por un deseo indeseado
o de un indeseado deseo, en su delirio por alejarse lo más pronto posible:
“ojala que pase algo que te borre de pronto”. Al dar Juan un paso a un nuevo
intento así como el necio: acaso “para buscar un rinconcito en sus altares, y
seguir jugando a algo perdido” el
“ojala” comenzó a surgir en él, como una voz silenciosa que necesitaba gritar,
dejando atrás a “sin tu cariño”, para “pasar
a llorar por verla morir”.
Después
de esa música asfixiante Juan entra en una catarsis final a la que había
escapado toda la noche, pero a la que debía llegar, y se pregunta así mismo ¿dónde
estará el origen del mal?, ¡si esto es una enfermedad debe tener una cura!, era
su último intento por no desfallecer y comienza hablar con su yo en la búsqueda
de una respuesta que posiblemente nunca hallaría.
¿Será
ese primer encuentro inesperado? que me lleno de ansiedad, como a un adolecente
en su primera cita, ese encuentro sin ninguna intensión real, que solo fueron
dejadas al pensamiento y difuminadas por la paciencia pero expresadas con
sinceridad. Ese mismo encuentro lleno de confusión que no necesitaba ser una
reivindicación porque nunca existió una mala interpretación, así se haya exteriorizado
cobardemente lo contrario. Encuentro que siempre fue un grave error.
¿Serán aquellas conversaciones sin rostro? conversaciones
que alimentaron una llama que nunca se debió encender, conversaciones matizadas
con caritas y risas congeladas, conversaciones superficiales, limitadas por el
espacio y el tiempo que nunca tuvieron sentido, ya que creo que hablaba con un
alter ego que no pertenecía a este mundo y si pertenecía nunca intersecto con
la realidad, con mi realidad. Una cosa era hablar con las letras y otra muy
diferente con la de carne y hueso, y más lamentable aun es que este mismo
insomnio que sufro ahora fue el mismo que me hizo hablar con las letras, por
primera vez.
¿Será
el tiempo? que me sometió a tanto mirar, oler y escuchar pero nunca actuar.
¿Será
la vida? que ha querido darme tres males y no contento con ello a agregado uno más.
O simplemente
fue ella, esa mujer innombrable que ha querido “perder mi forma de amar”.
Por fin
el cuerpo de Juan pudo dar paso a su sueño, cansado de tanto pensar se acuesta
y comienza a reflejar en su mente esa imagen tranquilizadora que pensaba de vez
en cuando y que la repetía una y otra vez para entrar más rápidamente en esa anestesia
de la vida que es dormir; y era aquella donde veía un cielo en llamas
interrumpido por meteoritos entrando a la tierra y en la
cual pensaba: “si Dios en su ineptitud sigue jugando al escondido, por lo menos
que venga la naturaleza y le dé una escarmiento a la humanidad”.